OFERTAS CURIOSAS DE VIDA POST MORTEM
Daniel Gutiérrez Ventocilla
En El evangelio de Judas, Simon Mawer nos da una crónica de la Ciudad de los Muertos en Roma, correctamente urbanizada, con calles, parques y casas, y que en uno de sus murales se lee: “Quello che siete fummo, quello che siamo sarete” que traducido es “Nosotros fuimos lo que tú eres, tú serás lo que ahora somos”.
Ese terminar inerte, ha sido para el hombre, a través de la tradición o la literatura, el inicio de fecundas versiones sobre la estación postrera a la vida, entre sacras, legendarias e hilarantes argumentos. Si tomamos como ciertas a cada una de ellas, tendremos una postal de alternativas al escoger para aquel: Inevitable Gran Viaje. Aquí algunas:
En la antigüedad, muchas culturas, enterraban a sus parientes, junto a sus pertenencias, animales favoritos y hasta con sirvientes, para que puedan ser atendidos en su otra vida. Los griegos ponían una moneda en la boca de los muertos, como pago al balsero Caronte, quien los conduce a través del lago Estigia y los ríos Cocito y Aqueronte hasta el Otro Lado de la Vida. En la sierra central del Perú, vi más de un entierro donde acomodan una taza dentro del ataúd, junto a la mano del difunto, para que tenga en dónde beber en su caminar espiritual.
Respecto a ese “Otro lado de la vida” La Biblia jura de la existencia de un cielo e infierno, Dante, habla de una acera divisoria, entre estos dos, llamado Purgatorio, que viene a ser la última opción post mortem, de arrepentimiento, para morar en la Nueva Jerusalén (cielo) y no terminar hirviendo eternamente en el lago de fuego y azufre (infierno). De otra forma infernal, menos temerosa, pero bastante misteriosa, nos habla Rulfo, representado por Comala, un pueblo quimérico y habitado por muertos, con la consciencia de estar vivos.
En Cien años de Soledad, un insolente Prudencio Aguilar, expira por la estocada de una lanza en el cuello. Ya muerto, existe en un espacio paralelo a los vivos, en el cual envejece rumbo a un segundo deceso en medio de la soledad, “Después de muchos años de muerte, era tan intensa la añoranza de los vivos, tan apremiante la necesidad de compañía, tan aterradora la proximidad de la otra muerte que existía dentro de la muerte, que Prudencio Aguilar había terminado por querer al peor de sus amigos (refiriéndose a su asesino José Arcadio)”.
Desde las tierras calientes del Brasil, Jorge Amado, nos habla de Vadinho, un fallecido palomilla y seductor, quien hace referencia a ese sitio de muertos con el siguiente testimonio, “Yo estaba en las profundidades, preso, atado de manos y pies, me dio harto trabajo desamarrarme para venir a verte”, le dice a su viuda esposa Flor, quien a pesar de haberse vuelto a casar, acepta el espectral regreso del finado para dejar de extrañar las impúdicas pero gratificantes entregas sexuales que solo Vadinho le brindaba, convirtiéndose así en la memorable, Doña Flor y sus dos maridos.
Pero también existen otras formas de espacios mortuorios, hecha comidilla por los moralistas, que es la muerte anímica, caracterizada por ser tormentosa, estresante, pero resucitable, así lo revela la argentina María Elena Walsh, en su composición, Como la Cigarra, donde nos abre las cortinas y ventanas, para salir a las afueras de algún sinsabor que nos encierra:
“Tantas veces me mataron
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal
y seguí cantando.
…”
Vallejo, también versa este tipo de muerte en el poema, Masa, tantas veces citado.
Y mi familia como tantas otras, creemos que este dos de noviembre, volverán nuestros muertos, quién sabe de dónde, a oler mazamorra de calabaza y otras viandas, que les servimos en las mesas una noche antes y veremos al día siguiente de sus visitas, sus rastros, gravados sobre una alfombre de cenizas que ponemos en la puerta y nos alegraremos.
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